Voy a soñar que estoy sentada ante el viejo buró, con tintero y pluma en mano, y que tengo todo el tiempo del mundo... porque soñar no cuesta nada.

viernes, 14 de febrero de 2014

MARÍA LUISA. MODELO DE AMOR


Carlos II, último monarca de la casa de Austria en España, murió sin descendencia el 1 de noviembre de 1700. En su lecho de muerte, tras largas vacilaciones, nombró como su sucesor al duque de Anjou —nieto de su hermana María Teresa de Austria y de Luis XIV de Francia—, que fue proclamado rey con el título de Felipe V, primer Borbón en el trono español. Esta decisión provocó el inicio de la guerra de Sucesión que enfrentó al nuevo monarca con los partidarios del Archiduque Carlos de Austria, hijo de Leopoldo I de Habsburgo y Margarita Teresa de Austria, también hermana de Carlos II.

Felipe V, a sus diecisiete años, era joven y apuesto, pero inseguro y depresivo, por lo que fue su abuelo Luis XIV quien, desde el principio, tomó las riendas de su reinado. El rey Sol acordó para su nieto una boda de Estado, y la princesa elegida fue María Luisa Gabriela de Saboya, hija de Víctor Amadeo II, duque de Saboya y rey de Cerdeña, y Ana María de Orleáns.

María Luisa abandonó su Turín natal con solo trece años, tras casarse por poderes, convertida en reina consorte. A principios de noviembre de 1701, su esposo acudió a recibirla a Figueras y, desde el primer momento, quedó prendado de ella. Era apenas una niña, y de pequeña estatura, aunque dotada de una gran inteligencia, encanto personal, amabilidad y dulzura.

Los comienzos de este joven matrimonio no fueron fáciles: no se conocían; no hablaban el mismo idioma; ambos habían dejado sus respectivos países, Francia e Italia, y debían adaptarse a la corte española, de costumbres muy diferentes; además, tuvieron que afrontar el conflicto sucesorio, que enfrentaba a los dos sobrinos de Carlos II, y fue una guerra civil e internacional que marcó los primeros años de su reinado.

Frente a la manifiesta inexperiencia y debilidad de Felipe V, María Luisa Gabriela resultó ser, a pesar de su juventud, una gran reina y el complemento perfecto del soberano. En tres ocasiones, cuando el rey tuvo que trasladarse al campo de batalla al frente de su ejército, María Luisa se hizo cargo de la regencia, cumpliendo su cometido con una madurez impropia de su edad, un alto grado de valentía, tenacidad, coraje y sentido de la responsabilidad. Se crecía ante la adversidad y demostró un gran valor y dignidad que le hizo ser querida y admirada por sus súbditos.

Superadas las primeras dificultades, en el terreno más íntimo y personal, Felipe y María Luisa eran una pareja de enamorados. Se querían y dependían el uno del otro. Nunca querían separarse. Su amor era apasionado, y, contrariamente a la costumbre de la época, siempre compartían el lecho. Tuvieron cuatro hijos: Luis, Felipe —que tan solo vivió seis días—, Felipe Pedro —fallecido a la edad de cinco años—, y Fernando. El primero y el último llegaron a ser reyes, Luis I y Fernando VI, aunque María Luisa no llegó a verlos coronados.

Después de su primer alumbramiento, la reina enfermó. Padecía tos, fiebre alta e inflamación de ganglios en el cuello. La enfermedad desarrolló en una tuberculosis crónica que no le impidió, sin embargo, continuar con entereza sus deberes monárquicos, e incluso tener más hijos, aunque sufría fuertes dolores de cabeza y envejeció prematuramente. Estéticamente, menguó su delicada belleza. Tenía bultos en el cuello que ella intentaba ocultar, y, siguiendo un tratamiento, le raparon la cabeza. El cabello no volvió a crecerle y tuvo que llevar siempre peluca. Nada de esto fue óbice para que su esposo siguiese amándola profundamente y corriese a refugiarse entre sus brazos siempre que podía.

Tras el último parto, la dolencia se acentuó. Nada pudieron hacer por ella. Durante los seis días que duró su agonía final, el rey no se separó de su lado y siguió durmiendo junto a ella. María Luisa falleció, con tan solo veinticinco años, el día de San Valentín de 1714 —un día como hoy, hace trescientos años—, dejando a Felipe sumido en una fuerte depresión. En su breve existencia, esta mujer de aspecto frágil y gran corazón, fue una gran reina, madre tierna y amorosa, y esposa apasionada. Un modelo de Amor.