A mi abuela le gustaba que la
llamase abuelita, y si alguna vez le
decía abuela me corregía: “No, no, yo
soy la abuelita”. Yo pensaba que ella lo prefería así porque era muy pequeña y
menuda, y por eso le encantaban los diminutivos, para hacerlo todo a su altura.
Solía sentarse en un sillón
orejero delante de la ventana que daba a la calle y desde allí se entretenía
viendo a la gente pasar. La recuerdo ahí, con vestido negro y toquilla sobre los hombros, la piel fina casi
transparente y el pelo blanco con reflejos morados. Me cogía la cara entre sus
manos y me decía “Dame uno besito”, pero uno
besito significaba por lo menos diez sonoros besos seguidos que, como si me
picotease un pajarito, me hacían
cosquillas. Se ponía las gafas de vista y me decía “¡Qué bonita te veo!”
A veces sacaba de su bolsillo
unas monedas y me daba una peseta para que fuese al kiosco de la acera de
enfrente a comprar golosinas. A la vuelta me preguntaba “¿Qué has
comprado?, le contestaba “Un cubalibre”,
y ella se reía a carcajadas. Yo entonces no comprendía por qué lo del cubalibre
le hacía tanta gracia, pero me gustaba su risa limpia.
Otras veces me ofrecía de una
cajita redonda y plateada, que ella guardaba celosamente, sus caramelos
preferidos, violetas imperiales con
forma de flor, que eran una auténtica delicia.
Y para merendar me tostaba unos panecillos blancos con aceite, tan tiernos
que eran un manjar.
De su corazón sacaba para mí una
larga lista de piropos melosos que me enternecían, pero de entre todos, el que
más me gustaba era Caramelo de los Alpes,
y yo imaginaba que Los Alpes era una montaña de la que brotaba dulce de leche
que se derramaba por las laderas.
Tan dulce era mi abuelita que yo creía que por dentro
estaba hecha de almíbar y por fuera de azúcar glas. Y al final, demasiado
pronto para mí, que aún no había alcanzado su pequeña estatura, acabó
derritiéndose.
Hay días en que de repente
percibo un olor a vainilla o a chocolate caliente, o me encuentro alguna gotita
de caramelo en el sitio más insospechado, y entonces sé que está aquí.