Hay amores que vienen de fábrica
con fecha de caducidad.
Con la ayuda de la edad y las
diferentes experiencias en desamor —propias y ajenas—, he constatado que el
tiempo que una persona tarda en desenamorarse es inversamente proporcional al
daño que le causaron. Así, cuanto mayor es el dolor, menor el tiempo que
transcurre hasta que se alcanza por completo el desamor.
Dolor: decepción, desilusión,
desengaño…
Desamor: olvido, ya no me importa
nada, ya no me duele, ya no sufro…
Al principio, en plena ebullición
de rabia y pataleo, cuando no se entiende nada de lo que ha pasado y aún no se
acepta ni asimila la ruptura o abandono, nos parece que la amargura se va a
prolongar infinitamente. Nos parece vivir en un pozo profundo y oscuro en el
que no dejamos de caer inevitablemente.
Pero alguien querido nos ha dicho
que hay una luz al final del túnel, así que hacemos un esfuerzo sobrehumano e
intentamos buscarla.
Como el fumador que a diario se
promete que la calada que está dando es la última, nos levantamos cada mañana con el firme propósito de no derramar
ni una lágrima más. Abrimos nuestro armario para vestirnos con nuestra mejor
sonrisa y elegimos el vestido de no voy a
llorar más por alguien que ya no quiere estar conmigo, nos calzamos los
zapatos de fuera tristeza y fuera
melancolía, y cogemos el bolso de venga ánimo que tú vales mucho. Nos
obligamos a salir al exterior, cuando lo que nos apetece en realidad es escondernos
bajo la sábana, como un niño al que le asusta la tormenta. Y así, un día tras
otro, pasito a pasito, como un caracol persistente, aunque vamos dejando un
caudaloso río de llanto, continuamos avanzando con la carga del desamor a
cuestas. Mas, a base de practicar, nuestras piernas se endurecen, se hacen cada
vez más fuertes y nos llevan más rápido, y nuestros pequeños pasos se
convierten en zancadas de gigante.
De repente, un día, sin motivo
alguno, nos parece divisar a lo lejos un diminuto punto luminoso, como una mota de polvo en la
oscuridad. Nos sorprende. No creemos ver lo que estamos viendo, pero sí, lo es.
Es la luz al final del túnel. Caminamos hacia ella, a ratos lentamente y
temerosos, a ratos corriendo y dando saltos. En algún momento, tropezamos y
recaemos, y volvemos a quedarnos a oscuras, pero nos levantamos y continuamos. Y
nos sorprendemos de lo velozmente que alcanzamos esa luz, de lo rápido que
apareció cuando menos lo esperábamos porque lo creíamos totalmente imposible.
Conforme nos acercamos a la luz, escuchamos el eco de todas las personas
queridas que nos han estado animando, que no han cesado de enviarnos palabras amorosas,
cariñosas y cálidas de aliento. Ahora distinguimos con mayor claridad lo que no
han dejado de repetirnos cuando estábamos cayendo en la negrura. Y también
escuchamos nuestra propia voz, que interiormente nos ha martilleado el cerebro.
Miramos atrás y observamos el
pozo negro que nos envolvió. Lo miramos con dulzura y cariño, con la
benevolencia con la que una madre mira a su hijo después de hacer una trastada
inocente. Y vemos, desde la lejanía y la perspectiva que regalan el día tras
día a la persona causante de aquel dolor. Nos parece un extraño, un
desconocido, un imposible. Y, como cuando se sueña con un difunto tras aceptar
su muerte, le decimos adiós. Levantamos nuestra mano y la agitamos al viento,
con una sonrisa generosa, puede que incluso le lancemos un beso recogido de
nuestros labios, y, tal vez con melancolía, pero sin rencor alguno, nos despedimos.
Liberamos nuestro corazón de aquel amor apasionado y del posterior desgarro.
Cosemos nuestra herida, que antes nos parecía tan profunda que nunca
cicatrizaría.
Entre mis propósitos de Año Nuevo,
como dejar de fumar, volver a nadar y retomar la escritura, estaba decir Adiós.
Aunque siga sin entender nada y muchas preguntas queden sin respuesta, es
necesario decir Adiós. No ha sido fácil, pero me quedo con los buenos momentos
y la intención de olvidar los malos. Abro todas mis puertas y ventanas, mi
corazón, mi alma y todos los poros de mi piel a todo lo que tenga que llegar,
todo lo que esté por venir, sea bueno o malo. Me abro a la vida.
Preciosas palabras amiga!!!....veo en ellas a una mujer fuerte, valiente, firme y que puede con todo, como ya sabíamos.........No dejes nunca de escribir!!!
ResponderEliminarGracias, amiga querida. Todo es mucho más fácil estando rodeada de personas como tú.
Eliminar