Voy a soñar que estoy sentada ante el viejo buró, con tintero y pluma en mano, y que tengo todo el tiempo del mundo... porque soñar no cuesta nada.

miércoles, 11 de febrero de 2015

BYE BYE


Hay amores que vienen de fábrica con fecha de caducidad.

Con la ayuda de la edad y las diferentes experiencias en desamor —propias y ajenas—, he constatado que el tiempo que una persona tarda en desenamorarse es inversamente proporcional al daño que le causaron. Así, cuanto mayor es el dolor, menor el tiempo que transcurre hasta que se alcanza por completo el desamor.

Dolor: decepción, desilusión, desengaño…

Desamor: olvido, ya no me importa nada, ya no me duele, ya no sufro…

Al principio, en plena ebullición de rabia y pataleo, cuando no se entiende nada de lo que ha pasado y aún no se acepta ni asimila la ruptura o abandono, nos parece que la amargura se va a prolongar infinitamente. Nos parece vivir en un pozo profundo y oscuro en el que no dejamos de caer inevitablemente.

Pero alguien querido nos ha dicho que hay una luz al final del túnel, así que hacemos un esfuerzo sobrehumano e intentamos buscarla.

Como el fumador que a diario se promete que la calada que está dando es la última, nos levantamos cada  mañana con el firme propósito de no derramar ni una lágrima más. Abrimos nuestro armario para vestirnos con nuestra mejor sonrisa y elegimos el vestido de no voy a llorar más por alguien que ya no quiere estar conmigo, nos calzamos los zapatos de fuera tristeza y fuera melancolía,  y cogemos el bolso de venga ánimo que tú vales mucho. Nos obligamos a salir al exterior, cuando lo que nos apetece en realidad es escondernos bajo la sábana, como un niño al que le asusta la tormenta. Y así, un día tras otro, pasito a pasito, como un caracol persistente, aunque vamos dejando un caudaloso río de llanto, continuamos avanzando con la carga del desamor a cuestas. Mas, a base de practicar, nuestras piernas se endurecen, se hacen cada vez más fuertes y nos llevan más rápido, y nuestros pequeños pasos se convierten en zancadas de gigante.

De repente, un día, sin motivo alguno, nos parece divisar a lo lejos un diminuto punto  luminoso, como una mota de polvo en la oscuridad. Nos sorprende. No creemos ver lo que estamos viendo, pero sí, lo es. Es la luz al final del túnel. Caminamos hacia ella, a ratos lentamente y temerosos, a ratos corriendo y dando saltos. En algún momento, tropezamos y recaemos, y volvemos a quedarnos a oscuras, pero nos levantamos y continuamos. Y nos sorprendemos de lo velozmente que alcanzamos esa luz, de lo rápido que apareció cuando menos lo esperábamos porque lo creíamos totalmente imposible. Conforme nos acercamos a la luz, escuchamos el eco de todas las personas queridas que nos han estado animando, que no han cesado de enviarnos palabras amorosas, cariñosas y cálidas de aliento. Ahora distinguimos con mayor claridad lo que no han dejado de repetirnos cuando estábamos cayendo en la negrura. Y también escuchamos nuestra propia voz, que interiormente nos ha martilleado el cerebro.

Miramos atrás y observamos el pozo negro que nos envolvió. Lo miramos con dulzura y cariño, con la benevolencia con la que una madre mira a su hijo después de hacer una trastada inocente. Y vemos, desde la lejanía y la perspectiva que regalan el día tras día a la persona causante de aquel dolor. Nos parece un extraño, un desconocido, un imposible. Y, como cuando se sueña con un difunto tras aceptar su muerte, le decimos adiós. Levantamos nuestra mano y la agitamos al viento, con una sonrisa generosa, puede que incluso le lancemos un beso recogido de nuestros labios, y, tal vez con melancolía, pero sin rencor alguno, nos despedimos. Liberamos nuestro corazón de aquel amor apasionado y del posterior desgarro. Cosemos nuestra herida, que antes nos parecía tan profunda que nunca cicatrizaría.

Entre mis propósitos de Año Nuevo, como dejar de fumar, volver a nadar y retomar la escritura, estaba decir Adiós. Aunque siga sin entender nada y muchas preguntas queden sin respuesta, es necesario decir Adiós. No ha sido fácil, pero me quedo con los buenos momentos y la intención de olvidar los malos. Abro todas mis puertas y ventanas, mi corazón, mi alma y todos los poros de mi piel a todo lo que tenga que llegar, todo lo que esté por venir, sea bueno o malo. Me abro a la vida.
 
 
 

2 comentarios:

  1. Preciosas palabras amiga!!!....veo en ellas a una mujer fuerte, valiente, firme y que puede con todo, como ya sabíamos.........No dejes nunca de escribir!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, amiga querida. Todo es mucho más fácil estando rodeada de personas como tú.

      Eliminar