Voy a soñar que estoy sentada ante el viejo buró, con tintero y pluma en mano, y que tengo todo el tiempo del mundo... porque soñar no cuesta nada.

viernes, 1 de mayo de 2015

LA ARTISTA


A mi madre le gustaba andar cómoda por casa. No era inusual encontrarla algo despeinada, vistiendo cualquier bata holgada y calzando zuecos ortopédicos.  En casa no existía la palabra glamour. Eso sí, cuando tenía que acicalarse…, sabía cómo hacerlo con auténtica maestría.

Solía decirme, citando a uno de sus escritores favoritos: «Ara, hay que arreglarse, como dice Antonio Gala, por respeto a los demás».

Ella era una artista. Cuando llegaba el momento que le requería un arreglito, como si fuese poseedora de un doctorado en Bellas Artes, anunciaba: «Voy a restaurarme».  Desaparecía por el pasillo, se adentraba en su particular salón de belleza y solo unos minutos le bastaban para transformarse.  Lo que sucedía allí dentro era un espectáculo digno de ver.

Ayudada por espejos estratégicamente situados, comenzaba a dar volumen a su melena. Peine fino para el cardado, secador y cepillo de rulo para moldear y un toque de laca eran las herramientas que utilizaba con tanta gracia y acierto que el resultado nada tenía que envidiar al posterior a una visita a la peluquería.

Estaba dotada de unos bonitos rasgos: frente amplia y despejada, nariz fina, el óvalo de su rostro, perfecto, ojos expresivos, cejas exquisitamente delineadas, piel tersa, sin una sola arruga. Era el lienzo perfecto para el más virtuoso pintor.

Disponía sus utensilios de maquillaje, propios de una profesional: amplia paleta de sombras, coloretes, brochas de diversos tamaños, ramillete de lápices, máscara y una nutrida gama de carmines. Como si de un delicado acuarelista se tratase,  comenzaba a colorear los pómulos y los párpados, brochazo a brochazo, mojando un poco de éste y un poco de aquél, difuminado eficazmente malvas, dorados, rosas, verdes, ocres… Con trazos certeros dibujaba las líneas de las pestañas y las mojaba sutilmente con la máscara, lo que resaltaba su mirada y la agrandaba consiguiendo un resultado espectacular y natural. Ágilmente se perfilaba los labios y les daba color y brillo, haciéndolos aún más carnosos. Terminaba aplicándose unas gotas de perfume.

Sin embargo, era su sonrisa lo que acababa por embellecerla al máximo. Mi madre era la mujer más guapa del mundo.

Ahora se acerca el Día de la Madre y no puedo evitar la tristeza en mi corazón, aunque la echo de menos todos los días del año.

Quiero dedicar estas letras a otras madres y abuelas, todas bellas y hermosas, que también se han ido pero que perviven en nosotros: Mª Carmen y Matilde López de Ahumada, Conchi Fernández, Poli López, María Cantizani, Pepita Salamanca, Dolores Suárez, Antoñita Jiménez, Ana Sánchez, María Osuna, Dolores Picó, Edith Glaser, Mercedes Soria y mis abuelas Francisca Tienda, Francisca de Paula López y Mamá Araceli.
Y una canción:
Mother, Pink Floyd

2 comentarios:

  1. Precioso, Ara.
    Yo recuerdo a tu madre como una gran señora, por dentro y por fuera... Un beso. Eva Aguilera

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