Voy a soñar que estoy sentada ante el viejo buró, con tintero y pluma en mano, y que tengo todo el tiempo del mundo... porque soñar no cuesta nada.

domingo, 26 de enero de 2014

LOS MISERABLES


Hace poco he tenido la desgracia de conocer de primera mano los entresijos de una empresa familiar donde he podido comprobar, estupefacta, hasta qué punto un empresario puede llegar a ser miserable en la más amplia extensión de la palabra.

En un medio local muy popular, vi un anuncio que decía, literalmente, «se necesita administrativo/a con experiencia para trabajar en oficina, imprescindible saber inglés perfectamente hablado y escrito», y, como yo cumplía ambos requisitos, envié mi currículum vítae. Me llamaron para hacer una entrevista personal y, después de varias semanas, volvieron a convocarme para anunciarme que había tenido la fortuna de ser elegida.  

Ilusionada y dispuesta a dar lo mejor de mí misma y a exponer mis amplios conocimientos, comencé mis quince días de prueba. Me esforcé al máximo a pesar de que las condiciones laborales eran indignantes: jornada de casi once horas, sin contrato, con quince minutos para desayunar –a espeluznante toque de sirena-, descontados por supuesto del sueldo, y cuarenta y cinco minutos para comer en una cocina-comedor en la que la familia ocupaba una mesa y el resto de los empleados, cada uno con nuestra fiambrera, otra. Al cuarto día, me recibieron con un cubo y una bayeta para que limpiara la oficina, y, como hay que tener tragaderas y sabía que me estaban probando, conteniéndome la rabia, limpié (ojo, que me parece muy digno y necesario el trabajo que realizan las limpiadoras, y no descarto, como la cosa siga así, dedicarme a tan noble oficio, pero el puesto ofertado era de administrativo, «con inglés»). Aún así, y ante mi sorpresa, no superé la prueba de estos exigentes palurdos (en el último año habían pasado por dicho puesto al menos diez personas). La dieron por finalizada –despidiéndome con doscientos euros en «b»- porque, aunque mi inglés les había parecido perfecto, «no me vieron iniciativa».

Abandoné aquella nave-nido de buitres ligera como una pluma, dando gracias a Dios por no tener que volver a tratar con unos tiranos que incumplen todas las leyes de la decencia y la honestidad: defraudan, al mover ingentes cantidades de dinero negro; explotan a sus empleados obligándoles a trabajar «gratis» diez horas a la semana, es decir, cuarenta horas al mes; además, o no contratan, o degradan impunemente las categorías laborales -ingenieros como auxiliares administrativos y administrativos como peones-. Ellos tampoco pasaron mi prueba, por inhumanos, clasistas, patéticos y miserables.

¿Dónde están los inspectores de trabajo? ¿Dónde los sindicatos? ¿Quién vela realmente por los derechos de los trabajadores, hombres y mujeres con familia y necesidades básicas?

Por suerte, no todos los empresarios son iguales. Admiro profundamente a aquellos que se arriesgan, luchan por mejorar y, además, dan trabajo a mucha gente; la contratan, pagando seguridad social y nómina; respetan el horario laboral o pagan horas extras debidamente, si se hacen. Sin embargo, por desgracia, siempre se pronunciará el puñado de indeseables que abusan del más débil, buscando el enriquecimiento personal. Duerman éstos tranquilos, descansen en paz (RIP).

This entry is dedicated to R. Brothers.

 
 

martes, 14 de enero de 2014

NOCHEBUENA


Lucena, 15 de diciembre de 2013

Hola, mamá:

Ya llega otra Nochebuena. Esta va a ser la cuarta que tú faltas.

El primer año sin ti estaba muerta de miedo. Recuerdo aquella tarde del 24, no quería entrar en casa y empezar los preparativos. Asistí a un entierro, fui a comprar un regalo de última hora, di un rodeo por algunas calles, fui a visitar a la tita Loli, tu amiga del alma, quien, extrañada ante aquella intempestiva visita, aseveró muy acertadamente: «A ti lo que te pasa es que no quieres ir a tu casa, ¿verdad?». ¡Cuánta razón tenía! Imaginaba que la cena iba a ser un desastre. Visualizaba la escena: todos tristes, incluso llorando, incapaces de saborear la  cena, primorosamente preparada a pesar de todo. No quería vivir esa noche, no quería que llegara ese momento. O quería que llegara, pero que pasara rápido. Quería, en realidad, cerrar los ojos y que, al abrirlos, fuese ya el 25, u otro día cualquiera. Te íbamos a echar tanto de menos… No podía concebir cómo íbamos a pasar la Nochebuena sin ti, tú que la llenabas con tu alegría, con tus excesivas delicias culinarias, con tus detalles, tu preciosa voz entonando villancicos y tus diestras manos tocando la pandereta con tanto arte. Lo llenabas todo, nos contagiabas tu desbordante ilusión, nos animabas de manera que todos acabábamos bebiendo anís, comiendo mantecados y trocitos de turrón, aunque no pudiésemos más, y cantando contigo.

Sin embargo, afortunadamente, no se cumplió mi peor presentimiento. Seguramente, conociéndote, tu espíritu en forma de ángel estuvo allí con nosotros. No ibas a permitir que lo pasáramos mal. No se derramó ni una lágrima, no hubo rostros serios ni apesadumbrados, no hubo tristeza ni amargura. Sorprendentemente, la cena transcurrió tranquila, amorosa y amena. Disfrutamos del palada,r e incluso nos reímos. ¿Y sabes qué?, ¡hasta cantamos villancicos y tocamos la pandereta! Nos parecía increíble, con la inquietud que teníamos al principio. Acabamos entendiendo que no podía ser de otra manera, que tu forma de hacer las cosas, tu ejemplo, tu enseñanza, tu huella es tan profunda que hicimos lo único que sabíamos, lo que habíamos aprendido de ti, lo que nos habías enseñado: disfrutar los buenos momentos y vivirlos con alegría.

Desde entonces, todas las Nochebuenas las hemos preparado con ilusión y las hemos gozado. No creas, aún se me hace un nudo en la garganta, nada es lo mismo, pero ya no he vuelto a sentir aquel temor. Sé que volveremos a pasarlo bien. Ya estamos elaborando con la tita Edu –tu hermana querida del alma- el menú, organizando la distribución de las mesas y los comensales; ya están dispuestas tu mantelería nueva –aquella que compraste para las ocasiones especiales- y la vajilla de Navidad que compramos entre tú y yo –yo, un tercio y tú, dos- y que nunca se ha utilizado por separado; ordenados, copiados y grapados tus villancicos –para que todos podamos seguir el mismo orden y las letras-, y tu pandereta. Encenderemos la chimenea, saborearemos la exquisita cena que con tanto cariño hemos planeado, comeremos turrón y beberemos anís. Los niños disfrutarán, nosotros, también. Nos reiremos, cantaremos y acompañaremos los villancicos con cascabeles, botellas, cubiertos, lo que sea. Eso sí, la pandereta…nadie la toca como tú.

lunes, 13 de enero de 2014

EL PUNTO DE VISTA


LA SITUACIÓN

Cuando salió del centro comercial ya había anochecido. Llevaba varias bolsas con paquetes envueltos en papel de regalo. Caminó hasta su coche y guardó las compras en el maletero. Condujo hasta su casa y aparcó en el garaje. Saludó con un beso a su marido y a su hijo, y se dirigió al cuarto de baño, donde empezó a desmaquillarse.

ÉL

Mi esposa llegó a casa más tarde de lo habitual. Seguramente  había tenido un día agotador en el trabajo. Esa mañana incluso se había ido a la oficina más temprano de lo que acostumbraba. La observé cuando estaba ante el espejo desmaquillándose, me pareció distraída y tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera reparó en mi presencia mientras me desnudaba para darme una ducha.

ELLA

Llegué a casa, por fin, después de un día agotador. Me había levantado muy temprano para llegar a la oficina antes de mi hora habitual y así poder salir un poco antes. Faltaban muy pocos días para Navidad y aún no había comprado los regalos. No podía demorarlo  más, así que, después de dos horas de dudas e indecisiones en el centro comercial, volví con los paquetes en el maletero del coche. Mientras me desmaquillaba ante el espejo, no podía dejar de darle vueltas al asunto: «¿Habré acertado esta vez?»

ELLOS

Llegó a casa, agotada después de haber pasado todo el día fuera. Se había levantado muy temprano para llegar a la oficina antes de su hora habitual y así poder salir un poco antes. Faltaban muy pocos días para Navidad y aún no había comprado los regalos. No podía demorarlo más, así que, después de dos horas de dudas e indecisiones en el centro comercial, volvió con los paquetes en el maletero del coche. Besó a su marido y a su hijo, y se dirigió al cuarto de baño pues necesitaba asearse y ponerse cómoda. Su marido la siguió y la observó mientras él se desnudaba para darse una ducha, pero ella ni siquiera reparó en su presencia. Se estaba desmaquillando ante el espejo y no podía dejar de darle vueltas al asunto: «¿Habría acertado esta vez?»