Voy a soñar que estoy sentada ante el viejo buró, con tintero y pluma en mano, y que tengo todo el tiempo del mundo... porque soñar no cuesta nada.

viernes, 13 de diciembre de 2013

DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA


—¿Qué me ha  ocurrido, amigo Sancho? ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? No acabo de entender… ¡Qué extraño! Me siento… cansado —dice apesadumbrado Don Quijote con un débil hilo de voz.

—No os preocupéis, mi señor, ya vendrán tiempos mejores. Descansad —le responde Sancho con ternura mientras posa su ruda y curtida mano sobre el hombro de aquél, como si quisiera  arroparlo dándole calor.

Don Quijote, invadido por la melancolía,  yace lánguido, decaído, abatido y derribado. Sancho, conmovido,  lo observa y solo ve a un niño perdido, necesitado de consuelo y protección, frágil e indefenso como nunca antes lo había visto. Lo contempla y se pregunta si será consciente de lo triste que resulta ahora su absurda y ridícula indumentaria. De nada sirven ya su armadura, su escudo y su espada, convertidos de repente en objetos de juguete; con la capa arrugada y a medio caer, más parece un héroe vencido y fracasado.

Ambos  reflejan tristeza y pesar en sus miradas, uno por sí mismo, otro por su señor. Ante la irrealidad de don Quijote, Sancho en su sabiduría se dice a sí mismo: «Ay, qué voy a hacer con él, si no es más que un niño sumido en su fantasía…»

lunes, 25 de noviembre de 2013

EN BUSCA DE TARZÁN


En 1940, entre otros acontecimientos, nacieron Pelé, Ringo Starr y John Lennon, en Europa se libraba la Segunda Guerra Mundial y  la película “Lo que el viento se llevó” obtuvo el récord de ocho Óscar de la Academia de Hollywood. En Lucena, nació Antonio –el último de siete hermanos- el 25 de noviembre, un frío lunes en que la familia preparaba, como todos los años, la tradicional matanza que los abastecería durante meses. Al principio temieron por su vida, pero pasados unos meses se convirtió en un bebé rubio y rollizo que llamaba la atención, y con el tiempo resultó ser un niño fuerte, sano, gracioso y ocurrente que durante sus primeros años  desarrolló un lenguaje propio e ininteligible para los demás salvo para su hermana Carmela, que le hacía de intérprete.

 Aunque los Maristas no daban tregua, Antonio no fue un buen estudiante como sus hermanos mayores, se distraía con facilidad y esperaba ansioso el momento de irse a jugar con sus amigos los López de Ahumada, con los que solía jugar a la pelota, a las canicas, a la peonza, con los tirachinas y otros juegos propios de los niños de aquella época. Sin embargo, compartía con sus hermanos la costumbre de leer. En las noches de invierno, cuando se acostaban, cada uno con su libro, se enfundaban unos guantes para que las manos no se les quedaran heladas. A Antonio se le pasaban las horas leyendo desde muy temprana edad y era habitual que su madre fuese a apagarle la luz a las dos o las tres de la mañana porque el niño se enfrascaba con la lectura y no veía el momento de cerrar el libro que tuviese entre manos.

Entre las lecturas y el afán de aventuras, no es de extrañar que le atrajese Tarzán, el personaje que el escritor norteamericano Edgar Rice Burroughs creó en 1912 y sobre el que escribió una larga serie de novelas. Antonio, siendo adolescente, compró uno a uno los once volúmenes de la colección Las Aventuras de Tarzán, que fue el germen de su biblioteca personal. Siempre fue extremadamente ordenado y cuidadoso con sus cosas, especialmente con sus libros. A todos les ponía en la primera página y en la número cien su sello personal, de manera que, cuando prestaba un libro –lo que sucedía con asiduidad-, el prestatario no olvidase que debía devolverlo a su propietario original. Antonio cuidó su biblioteca privada toda la vida como un tesoro. Sin embargo, siempre hay excepciones y todas las precauciones no son suficientes, y algunos ejemplares no los recuperó. Hubo uno que especialmente le dolía haberlo perdido: el nº 6 de su apreciada colección juvenil, titulado Tarzán en la Selva. Durante años sufrió al ver su colección desmembrada e incompleta, y buscó en cada puesto de cada feria del libro que visitaba el ansiado volumen nº 6, pero no lo encontraba.

Había que solucionar el problema, así que busqué en Internet (¡Oh, Internet, la octava maravilla!) y me puse en contacto con varias librerías repartidas por España –Albacete, Alicante, Granada, Barcelona, Madrid, Valencia…-, todas con nombres preciosos y evocadores, como debe ser tratándose de librerías: Bronte, Vobiscum, Praga, Constancia, Anticuaria Sanz, Renacimiento…Después de varios email de ida y vuelta, de comparar precios y ver fotografías para comprobar el estado del ejemplar que buscaba, me decidí por el que me ofrecía la librería  Sancha, de Logroño.

Tal vez algún día aparezca en la estantería de algún conocido el libro que perteneció a Antonio, bien identificado gracias a su sello, pero de momento, su colección vuelve a estar completa.

Se lo entregamos ayer –como regalo de sus cuatro hijos- en una comida familiar con motivo de la celebración de su cumpleaños y el de Martín, uno de sus nietos, y puedo asegurar –su sonrisa lo delató- que fue una grata sorpresa para él.

¡Felicidades, papá!

 

jueves, 21 de noviembre de 2013

UNA MADRE EN APUROS


Rocío lleva un mes preparando la fiesta de cumpleaños de su hijo. Ha sido un mes agitado eligiendo el sitio y la forma de celebrarlo y barajando las diferentes opciones: un local de bolas, el salón social de su urbanización, contratar a un animador o dos, poner un castillo hinchable en el jardín, preparar ella misma varios juegos además de la merienda o encargar alguna tarta en una pastelería, decidir el número de niños a los que podía invitar según el presupuesto, etc., etc. Hace una semana se decidió por fin a celebrarlo en el salón social –donde tendrá que colocar mesas y sillas- porque hace frío y hay probabilidad de lluvia, contratar el servicio de un animador durante dos horas que entretenga a los veintitantos niños que acudirán mientras ella atiende a familiares, vecinos, padres, etc., y preparando ella toda la merienda a base de bocadillos, bizcocho, un par de tartas de chocolate, bebidas y chucherías. Por fin todo arreglado y acordado y ella, relajada, más o menos, porque esta mañana recibí este mensaje:

Niñas, tranquilizadme que estoy estresada no, lo siguiente.

Hoy no tenía que haber jugado al pádel, pero como lo quiero llevar todo para adelante… El caso es que tenía el cuello regular y he vuelto tocada del todo. Encima corriendo para hacer la tarta de galletas para llevarla mañana al cole. Y pensé, ya que me pongo hago dos a la vez, una para el cole y otra la dejo hecha para el sábado. Pues va y se queda el cable de la Thermomix pillado y no he pesado bien los ingredientes, y he echado casi el doble de azúcar y de maicena, así que las dos tartas mal. No sé cómo estarán. La cocina hecha una mierda. Pedro que está de trabajo  y no puede ayudarme. Y el cuello que no lo puedo soportar. Para mañana ya no tengo tiempo de hacer otra tarta y tengo que inflar 200 globos que he comprado. No os riáis que estoy estresada.

Seguro que el cumpleaños es un éxito, ya verás. Eres una supermamá.

lunes, 11 de noviembre de 2013

EL AJUAR DE PEPA


Mi bisabuela paterna, Filomena Calzado Armenteros, nació en Jaén el 23 de septiembre de 1847. Poco después, la familia se trasladó a Lucena. Filomena se casó en 1868, a la edad de 21 años, con su primo Francisco Calzado. De este matrimonio nacieron dos hijas, Araceli y Josefa, a la que llamaban Pepa. Desgraciadamente, unos años más tarde Francisco murió dejando viuda a Filomena con dos hijas adolescentes.

Araceli y Pepa se educaron en el colegio de Las Escolapias, que desde 1871 a 1918 se ubicó en la calle Ancha, donde más tarde estuvo el colegio de Las Filipenses. Allí se formaron en las materias elementales además de idiomas, música, caligrafía y las enseñanzas femeninas propias de la época. Fue ahí donde Pepa comenzó a bordar su ajuar.

Por entonces, era costumbre en Lucena que, durante las Fiestas de la Virgen de Araceli, se celebrara una exposición de labores de las jóvenes lucentinas que presentaban sus obras a concurso. Pepa presentó una pieza de su ajuar y recibió un diploma: “A la Srta. Doña Josefa Calzado Calzado, por una sábana bordada en blanco”. Fechado el 5 de mayo de 1895.

Araceli se casó siendo muy joven, con apenas 17 años, con Tiburcio Moreno, y, con muy poca diferencia de tiempo, su madre, Filomena, se casó en segundas nupcias con Rafael Beato Solís el 24 de noviembre de 1886. De este segundo matrimonio, nacieron Rafael –mi abuelo-, Filomena, Francisco y Mª Carmen.

Pepa, por su parte, contrajo matrimonio con Antonio Moya, un comandante del ejército de Jaén, donde vivió hasta que éste murió, sin que hubiesen engendrado hijos. Volvió a Lucena para vivir con su hermana Araceli, a la que siempre estuvo muy unida.

Cuando mi bisabuela murió el 30 de julio de 1919, poco antes de cumplir 72 años, era viuda desde hacía quince. De los seis hijos que había tenido, dos del primer matrimonio y cuatro del segundo, sólo vivían cuatro: Araceli, Pepa, Rafael y Filomena.

Rafael se casó con Francisca de Paula López Berjillos -mi abuela-, que dio a luz a trece hijos, de los que solamente sobrevivieron siete, cuatro varones y tres mujeres. Y Filomena se casó con Francisco Díaz, con quien tuvo dos mellizos varones.

Araceli y Pepa estaban tan unidas, que el día que Araceli murió –a finales de la década de los 40-, durante su velatorio, Pepa se sintió muy enferma. Cuentan que sentía tal tristeza por la pérdida de su hermana que parecía no querer seguir viviendo, y, efectivamente, al día siguiente murió. No dejaba hijos, por lo que sus pertenencias fueron repartidas entre algunos de sus sobrinos y su hermana Filomena, quien fue depositaria del exquisito ajuar.

Cuando Filomena murió en 1964, sus hijos, por deseo expreso de su madre, entregaron a sus primas, -hijas de Rafael, mis tías- algunas alhajas y el resto del ajuar de Pepa.

En la actualidad, mis tías conservan aún una pieza del laborioso ajuar que su tía Pepa primorosamente tejió y bordó en Las Escolapias alrededor de 1885 –hace casi 130 años-. Se trata de una sábana de incalculable valor por su extraordinaria belleza. Se puede apreciar un delicado encaje de filigrana, unido a un fino hilo sobre el que resalta un bordado espectacular y único: no hay puntada igual a otra; destacan sus iniciales, JC de Josefa Calzado, entre dos dragones cuyas alas se despliegan, rodeados de flores con distintos relieves y pétalos que se abren. No es una pieza que deba estar guardada y olvidada en un cajón, por lo que se busca un museo u otro lugar apropiado, pues es digna de ser expuesta y admirada.








Calle Ancha, a la derecha el colegio e iglesia de las MM. Escolapias y más tarde de las MM. Filipenses. Lucena, hacia 1910.
 
 

viernes, 25 de octubre de 2013

DESDE PALACIO


Queridísima madre,
 Espero que cuando reciba y lea estas letras se encuentre bien de salud y feliz de tener noticias de su hijo, este que le escribe y la añora constantemente.
Quisiera compartir con usted los últimos acontecimientos que he vivido en esta casa, donde me he sentido muy bien acogido desde que llegué. Como ya le relaté en mi anterior carta, don Antonio Rafael  y toda su familia me dispensan un trato muy afectuoso. Son una de las familias más importantes de Lucena y están muy bien relacionados con el resto de la nobleza de esta ciudad.
La semana pasada  celebraron una fastuosa cena de gala a la que acudieron las más ilustres familias de Lucena y la comarca. No repararon en gastos a la hora de adornar, aún más si cabe, este suntuoso palacio. A buen seguro refulgía desde lejos pues eran muchas las luces que ardían en lámparas, apliques, candelabros y farolillos que iluminaban espléndidamente cada estancia y cada rincón. Deslumbraban la porcelana, la plata y el cristal dispuestos sobre el mantel de hilo que cubría la mesa embellecida con centros de frutas y flores. Los impresionantes óleos y espejos enmarcados en oro, las maderas pulidas y perfumadas, los relucientes brocados y terciopelos de tapicerías y cortinajes, las soberbias esculturas,…todo resplandecía. ¡Cómo disfrutaría usted viéndome vivir entre estas paredes, rodeado de tanta grandiosidad, elegancia y exquisitez!
Al festejo asistieron un gran número de invitados. Desde la ventana de mi habitación pude ver cómo llegaban los carruajes, entraban en el patio y de ellos se apeaban los invitados, que eran recibidos por  mis señores. Los caballeros, ricamente ataviados a la última moda, vestían casacas de vivos colores adornadas con bordados y galones de oro y plata, chorreras y encajes. Las damas lucían bellamente engalanadas con delicadas sedas y muselinas  en tonos suaves, rematadas con encajes y volantes. Ellos, peinados con coleta y cubiertos con tricornio, ellas, tocadas con sutiles adornos en el pelo como flores o lazos.
Un grupo de músicos amenizó la velada –viola, violines, flauta y clavecín-,y hubo baile hasta altas horas de la madrugada.
No puede ver más ni tuve el gusto de conocer personalmente a los invitados. Mis obligaciones como tutor de Juan María incluyen levantarme antes del alba para comenzar las lecciones, pues así lo exige su padre, don Antonio Rafael, que es muy estricto y firme en lo que a la educación de su primogénito se refiere.
Reciba un cálido abrazo de su hijo, Luis.
 
 
 
Casa de don Antonio Rafael Pantoja de Mora y Saavedra
Calle de San Pedro
Lucena, 5 de junio de 1770




Palacio de los Condes de Santa Ana en la actualidad. Lucena.




 

miércoles, 16 de octubre de 2013

¿POR QUÉ "EL BURÓ"?


Si nos remitimos al diccionario de la Real Academia Española, leemos que la palabra buró tiene varias acepciones: 1. Mueble para escribir, a manera de cómoda, que tiene una parte más alta que el tablero, provista frecuentemente de cajones o casillas. Se cierra levantando el tablero o, si este es fijo, mediante una cubierta de tablillas paralelas articuladas. 2. En las antiguas organizaciones políticas comunistas, órgano colegiado de dirección. 3. En México, mesa de noche. Nada tienen que ver entre sí pero, evidentemente, es la primera la que nos concierne.

Sin embargo, tiene para mí otras connotaciones añadidas. Un coqueto buró de madera oscura ha formado parte del mobiliario familiar desde hace más de cuarenta años. El buró junto al que yo crecí tiene dos puertas en la parte inferior, con una balda dentro, dos cajones a media altura y una puerta abatible en la parte superior que al bajarla queda en posición horizontal convirtiéndose así en escritorio. Ha tenido diferentes ubicaciones en la casa de mis padres, pero siempre ha estado ahí, útil para guardar todo tipo de cosas. Ha sobrevivido al paso del tiempo y aún lo conserva mi padre. Ahora está en un pasillo, junto a una ventana, custodiando en sus entrañas algunos tesoros: documentos, cajas, fotografías y bolsos de mi madre.

El primer recuerdo que tengo del buró es de cuando estaba en el dormitorio que compartíamos mis hermanas y yo desde pequeñas. En una ocasión, mi padre trajo -rescatados de su antigua casa familiar antes de que fuese demolida- un tintero y una pluma que él utilizaba cuando iba al colegio de los Maristas. Me maravillaron esos objetos por su encanto. Rellenamos el tintero y me transporté al pasado -aunque me gustan las ventajas de la vida actual, una parte de mí siempre ha sido antigua y romántica, y me encantaría viajar en el tiempo y vivir aunque sólo fuesen unos días en una época lejana-. Cuando se acabó la tinta, conseguí una pluma de ave y le introduje la varilla de un bolígrafo bic. Me gustaba sentarme ante el buró para escribir una carta o hacer mis deberes con mi pluma, simulando que me hallaba en otro siglo.

Ahora, sustituyo en mi imaginación el teclado del ordenador y la luz de la pantalla por una pluma y la llama ondulante de una vela.  No hay límites para la fantasía.


martes, 8 de octubre de 2013

MANOLO EL SAXOFONISTA


Quiero inaugurar este blog con un texto que escribí hace varios meses, tras vivir una experiencia que me conmovió y removió mi interior, sin ser consciente de que lo guardaba para una buena ocasión.  Está dedicado a Manolo, cuya perseverancia me inspira, y a sus padres, porque siempre necesitamos el apoyo de los seres queridos para poder cumplir nuestro sueño.

Lucena, 16 de marzo de 2013

Hoy he asistido a las XVI Jornadas para padres que organiza la delegación de Servicios Sociales en Lucena. En los últimos siete años sólo he faltado el pasado -lo que lamenté mucho porque siempre me han gustado y las he disfrutado. Como ya es habitual, las dos conferencias han sido muy interesantes, y el día, en general, ha sido provechoso y satisfactorio, pero hoy ha ocurrido algo singular.

Antes de la primera conferencia, por la mañana, ha habido un breve y peculiar concierto. Varios alumnos del conservatorio elemental de música de Lucena adscritos al programa Musintégrate -todos con deficiencias psíquicas-, han tocado algunas piezas con diferentes instrumentos, acompañados y guiados magistralmente al piano por profesores del conservatorio.

El primer alumno, un niño de unos nueve o diez años, ha tocado el piano; en segundo lugar, una adolescente, el violonchelo. Ambos se esforzaban en tocar lo mejor posible, aunque su torpeza era evidente y por eso mismo entrañable, pero físicamente resultaba muy difícil apreciar su deficiencia.

El tercero, un joven de unos veinte años con síndrome de down, ha tocado el saxofón siguiendo el ritmo y los compases con el pie sobre el escenario. Los primeros temas han sonado realmente bien, con soltura, pero en los últimos, ya se le notaba cansado y nervioso, y había notas que ni siquiera se escuchaban. Ya no acertaba, no tenía fuerza para soplar, sin embargo, él repetía incesantemente, lo intentaba una y otra vez. Miguel Beato, el profesor de piano, lo acompañaba  de una forma indescriptible, mirándolo, adaptándose a su ritmo, a sus repeticiones, a sus atranques, con auténtica maestría y dulzura al mismo tiempo. Ambos han provocado una escena que despertaba tanta ternura que me ha emocionado. Al final, con los aplausos, yo quería gritar ¡BRAVO!, pero tenía un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas.

Durante la paella de convivencia, supimos por sus padres que  Manolo desde pequeño quería tocar el saxofón, les rogaba y les suplicaba, pero ellos lo veían inviable. Confesaron que desde que nació ellos apenas tuvieron esperanzas en sus posibilidades. Pero Manolo nunca dejó de  insistir en su empeño de tocar el saxofón. Años después, su padre, que es constructor, acudió a hacer un trabajo: se trataba de insonorizar una habitación para un músico, un guitarrista. El padre le contó que su hijo desde pequeño tenía la ilusión de tocar el saxofón, y el guitarrista consiguió que un compañero saxofonista le diese clases. Ahí empezó todo.

Ahora, Manolo es capaz de tocar, ¡y muy bien! -tuve la suerte de escuchar en el móvil del padre una grabación de un Cumpleaños Feliz perfecto-. Sus padres, que se desplazan dos días de la semana de Córdoba a Lucena para acudir a las clases al conservatorio, no caben en sí de orgullo.

Hay que ir a lo esencial, no a lo importante, hay que confiar, hay que soñar, tener sueños y perseguirlos.

Ahora sí: ¡Bravo, Manolo!