Queridísima madre,
Espero que cuando reciba y lea estas letras se
encuentre bien de salud y feliz de tener noticias de su hijo, este que le
escribe y la añora constantemente.
Quisiera compartir
con usted los últimos acontecimientos que he vivido en esta casa, donde me he
sentido muy bien acogido desde que llegué. Como ya le relaté en mi anterior
carta, don Antonio Rafael y toda su
familia me dispensan un trato muy afectuoso. Son una de las familias más
importantes de Lucena y están muy bien relacionados con el resto de la nobleza
de esta ciudad.
La semana pasada celebraron una fastuosa cena de gala a la que
acudieron las más ilustres familias de Lucena y la comarca. No repararon en
gastos a la hora de adornar, aún más si cabe, este suntuoso palacio. A buen
seguro refulgía desde lejos pues eran muchas las luces que ardían en lámparas,
apliques, candelabros y farolillos que iluminaban espléndidamente cada estancia
y cada rincón. Deslumbraban la porcelana, la plata y el cristal dispuestos
sobre el mantel de hilo que cubría la mesa embellecida con centros de frutas y
flores. Los impresionantes óleos y espejos enmarcados en oro, las maderas
pulidas y perfumadas, los relucientes brocados y terciopelos de tapicerías y
cortinajes, las soberbias esculturas,…todo resplandecía. ¡Cómo disfrutaría
usted viéndome vivir entre estas paredes, rodeado de tanta grandiosidad,
elegancia y exquisitez!
Al festejo asistieron
un gran número de invitados. Desde la ventana de mi habitación pude ver cómo
llegaban los carruajes, entraban en el patio y de ellos se apeaban los
invitados, que eran recibidos por mis
señores. Los caballeros, ricamente ataviados a la última moda, vestían casacas
de vivos colores adornadas con bordados y galones de oro y plata, chorreras y
encajes. Las damas lucían bellamente engalanadas con delicadas sedas y
muselinas en tonos suaves, rematadas con
encajes y volantes. Ellos, peinados con coleta y cubiertos con tricornio, ellas,
tocadas con sutiles adornos en el pelo como flores o lazos.
Un grupo de
músicos amenizó la velada –viola, violines, flauta y clavecín-,y hubo baile hasta
altas horas de la madrugada.
No puede ver más
ni tuve el gusto de conocer personalmente a los invitados. Mis obligaciones
como tutor de Juan María incluyen levantarme antes del alba para comenzar las
lecciones, pues así lo exige su padre, don Antonio Rafael, que es muy estricto
y firme en lo que a la educación de su primogénito se refiere.
Reciba un cálido
abrazo de su hijo, Luis.
Casa de don Antonio Rafael
Pantoja de Mora y Saavedra
Calle de San Pedro
Lucena, 5 de junio de 1770
Palacio de los
Condes de Santa Ana en la actualidad. Lucena.