En 1940, entre otros
acontecimientos, nacieron Pelé, Ringo Starr y John Lennon, en Europa se libraba
la Segunda Guerra Mundial y la película
“Lo que el viento se llevó” obtuvo el récord de ocho Óscar de la Academia de
Hollywood. En Lucena, nació Antonio –el último de siete hermanos- el 25 de
noviembre, un frío lunes en que la familia preparaba, como todos los años, la
tradicional matanza que los abastecería durante meses. Al principio temieron
por su vida, pero pasados unos meses se convirtió en un bebé rubio y rollizo
que llamaba la atención, y con el tiempo resultó ser un niño fuerte, sano,
gracioso y ocurrente que durante sus primeros años desarrolló un lenguaje propio e ininteligible
para los demás salvo para su hermana Carmela, que le hacía de intérprete.
Aunque los Maristas no daban tregua, Antonio
no fue un buen estudiante como sus hermanos mayores, se distraía con facilidad
y esperaba ansioso el momento de irse a jugar con sus amigos los López de
Ahumada, con los que solía jugar a la pelota, a las canicas, a la peonza, con
los tirachinas y otros juegos propios de los niños de aquella época. Sin
embargo, compartía con sus hermanos la costumbre de leer. En las noches de
invierno, cuando se acostaban, cada uno con su libro, se enfundaban unos
guantes para que las manos no se les quedaran heladas. A Antonio se le pasaban
las horas leyendo desde muy temprana edad y era habitual que su madre fuese a
apagarle la luz a las dos o las tres de la mañana porque el niño se enfrascaba
con la lectura y no veía el momento de cerrar el libro que tuviese entre manos.
Entre las lecturas y el afán de
aventuras, no es de extrañar que le atrajese Tarzán, el personaje que el escritor norteamericano Edgar Rice
Burroughs creó en 1912 y sobre el que escribió una larga serie de novelas.
Antonio, siendo adolescente, compró uno a uno los once volúmenes de la colección
Las Aventuras de Tarzán, que fue el germen
de su biblioteca personal. Siempre fue extremadamente ordenado y cuidadoso con
sus cosas, especialmente con sus libros. A todos les ponía en la primera página
y en la número cien su sello personal, de manera que,
cuando prestaba un libro –lo que sucedía con asiduidad-, el prestatario no
olvidase que debía devolverlo a su propietario original. Antonio cuidó su biblioteca
privada toda la vida como un tesoro. Sin embargo, siempre hay excepciones y
todas las precauciones no son suficientes, y algunos ejemplares no los
recuperó. Hubo uno que especialmente le dolía haberlo perdido: el nº 6 de su
apreciada colección juvenil, titulado Tarzán
en la Selva. Durante años sufrió al ver su colección desmembrada e
incompleta, y buscó en cada puesto de cada feria del libro que visitaba el
ansiado volumen nº 6, pero no lo encontraba.
Había que solucionar el problema,
así que busqué en Internet (¡Oh, Internet, la octava maravilla!) y me puse en
contacto con varias librerías repartidas por España –Albacete, Alicante,
Granada, Barcelona, Madrid, Valencia…-, todas con nombres preciosos y
evocadores, como debe ser tratándose de librerías: Bronte, Vobiscum, Praga,
Constancia, Anticuaria Sanz, Renacimiento…Después de varios email de ida y
vuelta, de comparar precios y ver fotografías para comprobar el estado del
ejemplar que buscaba, me decidí por el que me ofrecía la librería Sancha, de Logroño.
Tal vez algún día aparezca en la
estantería de algún conocido el libro que perteneció a Antonio, bien
identificado gracias a su sello, pero de momento, su colección vuelve a estar
completa.
Se lo entregamos ayer –como
regalo de sus cuatro hijos- en una comida familiar con motivo de la celebración
de su cumpleaños y el de Martín, uno de sus nietos, y puedo asegurar –su
sonrisa lo delató- que fue una grata sorpresa para él.
¡Felicidades, papá!